Una de las competencias más complejas de desarrollar cuando de trabajar aspectos de liderazgo se trata, es la capacidad para escuchar a los demás. Escuchar implica abrir nuestra mente hacia el mundo del otro, intentar comprender desde que inquietud el otro habla, en que contexto y con que propósito, a veces con el riesgo de poner en peligro nuestras propias formas de entender algún asunto o sencillamente, abandonar nuestras convicciones.
Existe un primer fenómeno que le otorga mucha complejidad al acto de la escucha y es el siguiente: las palabras significan cosas diferentes para cada uno de nosotros y dependerá de nuestra particular historia y de nuestra experiencia con un determinado término, el significado que este tenga para cada uno. Es así como términos como “liderazgo”, “comunicación” o “excelencia” (por nombrar sólo algunos), tendrán significados diferentes para cada uno de nosotros dependiendo de la particular experiencia de cada uno con la historia relacionada a cada expresión.
Lo anterior significa que cuando yo escucho, nunca escucho al otro sino que, lo que escucho es el cómo las palabras que el otro utiliza resuenan en mi. Creo escuchar y a veces comprender pero, lo que comprendo son mis propias interpretaciones de las palabras utilizadas por el otro.
Lo segundo a considerar tiene que ver con el miedo a la pérdida. No siempre estoy dispuesto a abrirme a comprender a los demás sino que, dado que no quiero perder certidumbre o poner en riesgo mis convicciones, mientras escucho, voy en mi diálogo interno elaborando la respuesta a lo que el otro me plantea poniendo finalmente el foco en mis respuesta más que el planteamiento del otro. Esto suele ocurrir con mucha gente que va a los seminarios o talleres con la firme idea de, a priori reforzar lo que ya saben y por lo tanto no escuchan ni se abren al aprendizaje. A esto se le denomina “escuchar para responder y no para comprender”
Finalmente está nuestro incesante diálogo interno que no cesa de “parlotear” internamente dificultando con esto cualquier intento por poner foco en la escucha para con el otro. El diálogo interno no es más que el “modo audible” de nuestros pensamientos que nos mantiene permanentemente en una especie de trance auditivo dificultando seriamente cualquier intento por escuchar (aunque pongamos con toda seriedad “cara de que estamos escuchando”).
Como pueden ver, esta es una competencia compleja de entrenar aunque posible de desarrollar. Requiere de trabajo persistente y de una gran voluntad para tomar consciencia de estos factores a la hora de estar con alguien a quien queremos genuinamente escuchar. Los beneficios son múltiples; aumenta la confianza, se genera conectividad (fusión emocional) y cercanía lo que consolida los lazos de unión con quienes realmente nos importan, aumentando la calidad de nuestras relaciones y experimentando empatía con quienes nos relacionamos.
Sugiero comenzar a realizar un sincero diagnóstico de nuestra escucha con quienes más nos importan; nuestra pareja y nuestros hijos por supuesto; nuestros amigos y nuestros colaboradores laborales y en función de esto, diseñar un plan de acción que nos lleve a corregir eventuales brechas entre lo que el resto espera de mi y la forma en como yo les escucho.