Estamos próximos a finalizar este año 2016. Al decir de muchos, incluido quien escribe, un año complejo y no exento de turbulencias personales y colectivas. Y es que nuestros objetivos no los logramos de la forma en que los planeamos, ni nuestros sueños necesariamente se materializan con la fluidez que quisiéramos. En una honesta reflexión no damos cuenta de nuestra fragilidad y al mismo tiempo arrogancia al pensar que somos poderosos y que el futuro se doblegará bajo nuestros pies.
Hace años, cuando actuaba como un verdadero “encantador” de los egos de mis semejantes, definía el éxito personal como “la capacidad para plantear con certeza nuestros objetivos y lograrlos”. Créanme que lo sigo sosteniendo pero al mismo tiempo, creo que cuando esas declaraciones de logro vienen desde un espacio de carencia, de necesidad, de angustia por querer lo que nos proponemos o sencillamente desde el exceso de soberbia al pensar que “nada nos detendrá en nuestro afán”, lo mas probable es que el Universo nos de con las puertas en las narices.
Declarar lo que queremos para nuestra vida en este ilusorio mundo, requiera de la más profunda humildad. Aquella que se contrapone a la soberbia del que “todo lo puede”. Requiere de una conexión con nuestro interior que nos permita sentir la complicidad del Universo y experimentar gratitud y amor en ese espacio de Santidad. Requiere de la humildad para reconocer que sentimos miedo, que muchas veces sentimos pavor a caminar en un mundo hostil en el cual el peligro nos acecha a cada instante. Requiere sabiduría para entender que el tiempo es una creación humana por lo tanto ni el pasado ni el futuro existen; lo que yo pienso como visión es una creación del ahora en la más intima complicidad con nuestro Creador. Es insisto, un espacio de Santidad.
Ahí radica el verdadero Arte del cual somos aun jóvenes aprendices. Ahí, en esa conexión contigo mismo, esta el secreto de la auto maestría, del verdadero entendimiento.
El éxito no es suficiente puesto que, si aun así lográramos en apariencia ser exitosos entregando poder a los logros que obtenemos solamente y descuidando lo más esencial, podemos correr el riesgo de embarcarnos en una ruta ilusoria de vanidad y decepción, sintiendo al final de la Jornada, la amarga sensación de la soledad mas devastadora y el aroma al infierno que finalmente es nuestra propia creación.