Desde hace algunos años vengo siguiendo el trabajo del Maestro André Rieu, quien junto a su notable orquesta Johann Strauss, viene deleitando a miles y miles de personas de diferentes culturas y edades con su maravillosa entrega musical, mezcla de festival vienes con momentos selectos de clásicos de todos los tiempos.
He estado tres veces en sus conciertos debido en gran parte a mi pasión por la música, el impacto que estas puestas de escenas han tenido en mi pequeño hijo Lucas y por supuesto, porque me seduce e intriga la forma en que genera tantos y tantos fans alrededor del mundo (entre los cuales me cuento). Tuve la oportunidad de ver su puesta en escena en Maastricht, Holanda ciudad natal de André. Lo notable es ver como en un entorno casi mágico, logra reunir cerca de 100.000 personas en la hermosa plaza Vrijthof de esa ciudad por 5 días seguidos. Personas provenientes de diferentes partes del mundo se dan cita en la mágica ciudad holandesa para escuchar al Maestro.
Posteriormente lo he visto en Santiago un par de veces y la verdad es que produce el mismo fenómeno. Miles de personas vibrando al ritmo de un vals o de música con claro origen selecto… y la gente está en una especie de trance eufórico pocas veces visto con este tipo de música.
Es que Rieu ha sido capaz de definir con absoluta claridad su Negocio; él no esta en el negocio de la música, ni en el de los espectáculos; su negocio es entregar Felicidad a todos quienes pagan por ir a verlo. Y claro, lo que logra es una curiosa atmósfera de intensa dicha por el momento musical en un públicos absolutamente transversal. Rieu ofrece un momento de magia; en reencuentro con nuestro propio niño interior, aquel que era capaza de disfrutar libremente de las experiencias que nos entrega la vida a esa mágica edad; nos ofrece la posibilidad de re enamorarnos desde el arquetipo del príncipe y la princesa, de volver a creer por algunos minutos que la vida es mágica. En sus conciertos los desconocidos se hacen amigos, las miradas se cruzan con las lágrimas visibles en cada rostro fruto de la emoción. Es un instante de intensa felicidad que culmina con parejas danzando al ritmo del Danubio Azul, y compartiendo abrazos a los sones de la marcha Radetzky. Rieu nos ofrece la posibilidad de volver a considerarnos como seres humanos, a compartir en la alegría y a experimentar de verdad aquello de que “somos hermanos”.
Una noble Misión, un rentable negocio por supuesto pero fundamentalmente una propuesta en donde queda en evidencia un de los Principios de las “Personas Extraordinarias”, sea cual sea la actividad que realices, siempre entrega mucho más del valor que te están pagando por lo que haces y sin duda entregar dicha, esperanza, felicidad a las personas es mucho más del valor que uno paga por estar en su concierto.
Mis respetos y admiración al Maestro André Rieu.
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