Conversaba hace poco con un directivo de una compañía minera chilena y de los efectos que la reducción en el precio de los minerales estaba teniendo en su organización. Hablábamos de lo paradojal que resulta el poner el foco desesperadamente en la “productividad” siendo que el porcentaje más alto de fuga de productividad está en los hábitos y rutinas de superintendentes y supervisores.
En un minuto me comentó que su compañía había definido y declarado que “todas las asesorías, consultorías y cursos se disminuían a su mínima expresión y solamente se haría en estos temas “lo estrictamente necesario”.
De la curiosa declaración y decisión de estos directivos se puede desprender dos posibles lecturas:
– Que lo que hacían antes de este “apretón” en materia de consultoría y cursos era en un alto porcentaje “innecesario”.
– Que lo que hacían antes de este “apretón” en estos temas si bien era necesario, a la hora de recortar gastos se aparece en su real dimensión bajo la mente y paradigmas de estos ejecutivos, como innecesario.
En el primer caso, la declaración estaría dando cuenta de serias falencias en el diseño e implementación de actividades de consultoría y entrenamiento pues, a la hora de evaluar este tipo de actividades, se aparecen en la retina de estos directivos como algo “innecesario” y por lo tanto intrascendente. Estaríamos acá frente a una clara debilidad en la gestión de Recursos Humanos con su ya popular fama de poco efectivos. La segunda lectura de esta forma de ver el tema es que “ya habrán tiempos mejores para dedicar recursos económicos a este imparable tsunami de coaches y sus ya repetidas formulas para lograr mejor bienestar en la gente y supuestamente, mejores niveles de productividad”.
En el segundo caso, se devela el real paradigma con el cual funciona un alto porcentaje de nuestros directivos: “las personas deben trabajar y entregar valor a la compañía; ya habrá tiempo para estos temas”. Sencillamente no creemos en las personas; creemos que el milagro de la productividad, de la accidentabilidad, del alto rendimiento se encuentran escondidos en algún modelo de moda y contratamos consultores que son “estrictamente necesarios” para implementar más y más modelos que finalmente nos mantienen en lo mismo; nos olvidamos que el milagro está en las personas y solo se requiere talento estratégico de las áreas de Recursos Humanos (no siempre disponible) para abordar fórmulas efectivas sorteando inteligentemente estos “tiempos difíciles”.
En el intertanto, cientos de coaches emergentes, ilusionados con la falsa promesa de transformarse en potentes facilitadores del cambio, luchan por un mercado cada vez más restringido, inmersos en una crisis que aún no logran comprender.