Estuvimos hace algunos años, con mi señora, en la mágica ciudad de Maastricht al sur de Holanda; el propósito era asistir a uno de los conciertos que el violinista André Rieu ofrece en una de las más bellas plazas públicas de la ciudad, Vrijthof.
Mi particular fascinación por la música de Strauss y el impacto que ésta siempre ha tenido en mi pequeño hijo Lucas –de dos años y medio- me ha hecho poner especial atención en los conciertos de André, así es que finalmente nos embarcamos rumbo a verlo. Adquirimos unos tickets especiales que contemplaban la visita al estudio de André, una cena de gala, la estadía en un hotel especialmente elegido por Rieu para quienes hacíamos el periplo completo.
La bella Ámsterdam nos anunciaba el inicio de una jornada plena de emociones. Una impecable red de trenes nos trasladaba hasta Maastricht y el hotel que nos recibía estaba dentro del edificio de un antiguo Monasterio que entregaba una solemnidad especial a aquella tarde previa al Concierto.
Un cuidadosamente bien elegido staff del artista nos recibía con un cóctel y sonrisas capaces de transmitir la alegría que envuelve una mágica Jornada. Un pequeño regalo de recuerdo nos esperaba en nuestra habitación. Era el ambiente previo a una noche de cuentos de hadas, de aquellos con los que ensoñábamos cuando niños. La visita al estudio de Rieu fue reveladora; mezcla de talento musical y productivo, más tecnología de punta.
En el lugar nos recibió el hijo de André, Pierre, quien con una extrema amabilidad nos comentaba de los detalles de las puestas en escenas de los conciertos y sus registros en alta definición. A nuestra vuelta nos esperaba una cena de gala. Una pequeña orquesta con músicos de Rieu nos acompañaba con la música tan propia de su repertorio. Finalmente, caminamos a Vrijthof y nos acomodamos en nuestra asientos. Poco a poco los más de 10.000 asistentes ocupaban hasta el último lugar de aquella centenaria plaza.
La jornada se iniciaba con el ya clásico 16 trombones y la irrupción del Maestro y su orquesta por entre los asistentes. El hechizo de la música se apoderaba de nuestros corazones, nos sentíamos dentro de un cuento de hadas, encantados ante tanta alegría y romanticismo. Éramos diez mil almas vibrando con los mas sublime de la expresión del ser humano: la música infinita y perenne, bajo la maestría de este notable artista y de su magnífica orquesta Johann Strauss. La medianoche llegó y tal cual en la Cenicienta, la mágica jornada llegaba a su fin.
Tanta alegría acumulada impedía sentir el impacto de estar en el final; sólo una frase resonaba en mi corazón: Gracias André, gracias al Universo por estar ahí. Al observar con el paso de las horas la experiencia, sólo me quedaba la siguiente reflexión: lo que André ha logrado construir es un modelo de negocio en el cual, lo que el entrega es una intensa experiencia de amor, la música es su medio y sus artistas los instrumentos, pero su misión consiste en “entregar la mayor cantidad de felicidad posible a las personas que asisten a sus conciertos”.
En esta mirada Rieu cumple con una ley inexorable, cuando entregamos a los seres humanos mayor valor por lo que ellos pagan por un servicio que entregamos, el Universo conspira para lograr su éxito y plenitud. Que tengas muchos más años André entregando tanta felicidad a la gente y nuestra admiración por saber conciliar un próspero negocio con un fin tan sublime, sin duda un modelo a seguir.