Conversaba hace poco con mi amigo Héctor Garay, un talentoso Ejecutivo a cargo del nicho minero de una Mutual chilena, respecto del curioso fenómeno de las celebraciones a propósito de lograr una cierta cantidad de horas sin accidentes con tiempo perdido (ATP).
Debo indicar en este post que el tema de la seguridad para nuestras compañías mineras, sigue estando en las prioridades relevantes en la gestión de estas empresas, quizás a la par con los desafíos de productividad. Lograr accidentabilidad cero es una meta urgente de lograr aunque en la práctica, las estadísticas nos muestran todo lo contrario. Se ha avanzado, es cierto, pero la accidentabilidad cero siempre se aparece como una meta esquiva, al más puro estilo de una leyenda mitológica que pareciera que mientras más nos acercamos, más lejana se vuelve.
Sin embargo lo que se esconde detrás de esta búsqueda infructuosa, es la férrea creencia de que “los accidentes son inevitables”; que tarde o temprano seremos avasallados por su furia porque finalmente, esto depende en gran parte de la “diosa fortuna” y de las “circunstancias” que de una forma u otra se presentarán en nuestras faenas trayendo consigo dolor, impotencia y altos costos económicos.
Es por esta razón que ponemos tanta atención en escudriñar con indicadores de todo tipo este comportamiento entendido inconscientemente como algo con vida propia y fuera de nuestro control, porque finalmente es lo que podemos hacer y a eso, le llamamos gestión.
El nº de horas sin accidentes con tiempo perdido se aparece entonces como un indicador relevante y es por eso que al llegar a un cierto número, celebramos. Celebramos el número, el dato con el temor inconsciente de que en cualquier momento, la esquiva “diosa” nos acechará con su maldición porque finalmente, los accidentes son inevitables, son parte de la realidad de las faenas.
Nos hemos perdido. Nos hemos olvidado que la seguridad y la productividad son un resultado del trabajo bien hecho. Nos hemos escudado en el autocuidado de los trabajadores y nos hemos olvidado de la irrenunciable responsabilidad de quienes dirigen en la línea a sus trabajadores; superintendentes, supervisores y jefes de turnos, perdidos en esfuerzos infructuosos para enviar mensajes inefectivos, arengas que se pierden en los infinitas soledades de nuestros desiertos, malentendiendo el poderoso concepto de “liderazgo en terreno” y poniendo foco en aquello que es intrascendente, irrelevante y que tarde o temprano, genera el resultado que todos tememos: la visita inesperada de esta “entidad misteriosa” que se cierne como una maldición inevitable. Creo finalmente que lo que debiéramos celebrar siempre, es el lograr realizar un trabajo bien hecho, con hábitos y conductas de excelencia que no es otra cosa que hacer lo que hay que hacer y hacerlo bien.